La Emisora donde se siente, se aprende y se vive la Salsa. ¡Llegó y Pegó!

Eran los años cincuenta. Los condenados de la tierra decían presente. Algunas caras lindas de la gente negra borinqueña salían en los periódicos y en la televisión. Roberto Clemente custodiaba con guante exquisito y brazo poderoso el jardín derecho de los Piratas de Pittsburgh; Orlando ‘Peruchín’ Cepeda vigilaba la primera almohadilla de los Gigantes de San Francisco, y de la Calle Calma, en Santurce, en el área metropolitana de San Juan, un joven albañil traía los sones en la cabeza y un fraseo único gorgoteando en la laringe. Se llamaba Ismael Rivera, y pronto el mundo lo reconocería como el mayor de los soneros.
Había nacido el 5 de octubre de 1931. Había sido lustrabotas y había jugado a ser sonero desde niño, sacándole ritmo con un grupo de amigos a la escasa y destartalada batería de cocina de su madre. En 1948 fue bongosero del Conjunto Monterrey de Monchito Mulay, y en 1954 debutó como cantante con la Orquesta Panamericana de Lito Peña. Ese mismo año se unió a Rafael Cortijo, su compadre y amigo desde la adolescencia, y con Cortijo y su Combo comenzó la cosa.
El combo formado por Cortijos sería la agrupación de música afroantillana más popular de Puerto Rico, y Maelo descargaba en su canto la forma de sonear que había aprendido en el solar y la calle, y que recogía una herencia negra, mulata y antigua, de unos ritmos musicales curtidos en la brega cotidiana de vegas y barracones. Antes de que Nueva York pusiera al mundo a hablar de salsa, en la isla, Rivera se expresaba con el lenguaje cimarroneado de la bomba y la plena. Ismael era un sonero único y su goce nasal parecía coger al vuelo el golpe más agudo del tambor y las notas templadas de un cuatro.
“Lo que pasa es que Ismael tenía una cosita allí que era su medicina”, decía tiernamente una esposa complaciente en un documental que el crítico literario Arcadio Díaz Quiñones presentó en un Seminario Internacional de Estudios del Caribe en Cartagena de Indias en 1995. El hecho ocurrió en 1962. Regresaban de una gira por Venezuela y habían hecho escala en Panamá. “De todas maneras rosas”. De la ternura comprensiva de su esposa y sus seguidores las autoridades no sabían nada. Cuando llegaron al aeropuerto de San Juan, Ismael Rivera y Rafael Cortijo fueron detenidos y condenados a 5 años de prisión por posesión de drogas.
Así nació una de las canciones emblemáticas de las tantas que interpretó Maelo. Bobby Capó se la llevó en una de las visitas que le hizo en prisión, y cuando estuvo en libertad Ismael grabó la que se convirtió en el himno de la población carcelaria en el Caribe: “De las tumbas quiero irme/no sé cuando pasará/las tumbas son pa’ los muertos/y de muerto no tengo na”.
Pero la muerte lo sorprendió temprano. El 13 de mayo de 1987 Ismael Rivera, el Sonero Mayor, murió de un infarto cardíaco en brazos de su madre..
¡Ecuajey!
FUENTE: LOSMEJORESSALSEROSDELMUNDO
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